Por Eduardo Blasina
Los seres humanos somos primates y hemos comido carne desde antes de bajar de los árboles a las praderas africanas. Nuestros cuerpos están por lo tanto necesariamente adaptados a su consumo. La carne nos ha acompañado desde el comienzo de nuestra existencia y fue justamente su cocción un factor clave para el salto en la inteligencia colectiva que derivó en nuestra existencia civilizada.
La carne que comían nuestros antepasados era ciertamente muy distinta a la que está disponible actualmente. Era más magra y de animales que consumían pasto, no grano. Y seguramente no había carne disponible en los niveles de abundancia que tenemos hoy. Estamos adaptados a la carne pero no a su abundancia. Lo mismo pasa con las grasas, los aceites y el tabaco.
Una cosa es encontrar frutas cada tanto y otra comer golosinas todos los días. Una cosa es usar hierbas para fumar en rituales ocasionales y otra fumar dos cajas de cigarrillos diariamente.
El cuestionamiento a la carne, como otros debe ser puesto en contexto, pero debe ser tomado con toda la seriedad. Es el producto insignia de Uruguay y se está diciendo, no desde una ONG, sino desde Naciones Unidas y su organismo dedicado a la salud humana que cuando es procesada es cancerígena y cuando no lo es si es roja, probablemente también lo sea.
Toda amenaza es una oportunidad. Uruguay precisará más investigación, más divulgación para defender el consumo de carne. Y a la vez deberá investigar con toda seriedad porqué es uno de los países con más cáncer del mundo, un dato imprescindible para la salud pública y seguramente también para entender cuánto y cómo debe comerse la carne vacuna.
Todas las gremiales y organismos vinculados a la ganadería deberán alinearse no solo para refutar los estudios sino para generar y divulgar el conocimiento referido a la carne uruguaya, que por suerte está bien diferenciada de la del resto del mundo.
Fuente: Blasina y Asociados
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